Por: Gabriel Andrade – Ponce
Fotografías: Gabriel Andrade – Ponce
Eran las 5 am y apenas estábamos en la falda de la montaña. Nuestro guía el señor Héctor ya nos estaba esperando, no hubo más remedio que empezar el recorrido. Poco a poco nos alejábamos de la camioneta, mientras que yo tercamente solo pensaba que esta madrugada para subir hasta el Mama-Pacha había sido exagerada. El pico de la montaña no se veía tan lejos, pero más pronto que tarde las piernas empezaron a flaquear y el guía simplemente parecía volar.
Así, siendo arrastrados por don Héctor subíamos entre potreros con vacas y bosques alto andinos, una combinación que parecía nunca acabarse. Debí desayunar mejor, pensé, las malditas cámaras trampa ya empezaban a pesar mucho y el cerro no parecía estático, indiferente a nuestra sufrida marcha ya que no parecía acercase o alejarse. ¡Las cámaras!, claro esta larga caminata parecía llevarme al lugar perfecto para que transiten los osos, allá arriba debe de haber un enorme páramo, un paisaje casi jurásico, donde estoy seguro que tendré las fotos de osos que quiero.
Con esas fantasías en mi mente llegamos a la cima, eran casi las dos de la tarde, pero don Héctor me prometió una laguna que se encontraba a dos horas más de viaje, un lugar muy tentador para encontrar fauna. Hagámosle. Así fue, solo que esta vez don Héctor caminaba endemoniado, dijo que se nos iba a hacer muy tarde para regresar. El problema es que mis piernas de citadino solo iban impulsadas por la ilusión de llegar al oasis de la fauna que me imaginaba.
Al fin llegue muy por detrás de don Héctor, él ya me esperaba con guarapo y un pan. La laguna era hermosa, como todas las lagunas de los andes, pero me preocupaba la presencia de una cabaña, la laguna no era tan prístina como pensé. Empecé a preguntarle a don Héctor que clase de animales veía comúnmente por aquí, me sorprendió diciendo que hace mucho no ve osos, pero que hay nutrias. ¿Nutrias?, como iba a tener nutrias este laguito, pensé. Pero cuando don Héctor las describió empecé a creerle, de hecho lo confirmé cuando nos fuimos en bote y exploramos una madriguera, justo ahí restos de pescado, una cagada típica de nutria.
Rápidamente, instalé la cámara trampa, solo una porque las demás eran para los osos que nunca llegaron. Ya era tarde así que bajamos rápido, pero la bota se me rompió dejando entrar pequeñas piedras que ahora eran dagas para la planta de mi pie. Empezó a oscurecerse y poco era lo que podíamos ver al bajar, pero cuando parecía que no podía más, por fin llegamos a la camioneta.
Quince días después, cuando por fin retiraba las cámaras y me despedía de la agonizante subida al Mamapacha me di cuenta que no había osos, y peor aún habían pocas fotos de fauna. Pero cuando revise la última cámara, me encontré con solo una foto perfecta, una nutria boyacense viviendo a 3100 metros sobre el nivel del mar, el más alto registro de este peludo animal en Colombia.