LA MEJOR MEDICINA PUEDE TENER TRES O CUATRO PATAS…

Por: Alejandra Robles Sánchez

Fotografías: Alejandra Robles Sánchez, Luisa Fernanda Montaño Londoño

Hay días que quisiera perderme entre lo profundo del océano y olvidar que existe la vida cotidiana…

Un día cualquiera, de una semana cualquiera, de un mes cualquiera, de este año…

Es normal para mí levantarme muy a la madrugada y quedar completamente lúcida después de que por mi cuerpo atraviesa una descarga de dolor que me hace ver estrellas… Los médicos lo evalúan de 1 a 10 en la “escala de dolor” la cual evalúan en mí cada vez que voy a urgencias, por mi parte siempre respondo que el dolor que corre por mi pierna no se mide en una escala numérica…

Luego de levantarme con dificultad, me arreglo con el fin de poder irme al trabajo, desayuno, alisto mi maleta y justo cuando voy a bajar la escalera – ¡Oh sorpresa! Mi pierna me juega una broma, el esfuerzo desde que me levantó hasta que voy a tocar el primer escalón, fue en vano.

Después de aquella decepción tengo que dirigirme nuevamente a mi cama, esa compañera calientita que no me abandona en estos casos. Busco el medicamento más fuerte que tengo a la mano, la mayoría de veces Codeína, me lo tomo sucumbiendo en un estado de relajación no deseado y espero a que llegue mi papá a recogerme para ir nuevamente a buscar la solución en un médico. En este momento del día puedo decir que ya perdí una gran parte de mi mañana alegre y productiva.

Apenas llega Pano (palabra de cariño con la que llamo a mi papá) me ayuda a subir al automóvil y empieza de nuevo el trayecto de mi casa a la unidad médica. Entre una hora y hora y media duro en el viaje (todo depende del trancón). Este tiempo me sirve para meditar algunas cosas “¿Con qué fin voy de nuevo a revisión? … ya son cinco años de cansancio en este mismo proceso… ¿Para qué sigo haciendo esto?”.

Al llegar a urgencias, recuerdo que se sigue un protocolo memorizado, y a mi parecer, es muy aburrido… primero  la silla de ruedas, segundo  el triage, tercero  la toma de la tensión, cuarto  espere su llamado, quinto  espere el medicamento y la incapacidad, séptimo  ya todo está solucionado y finalmente la inyección de tramadol y diclofenaco. En este punto me dicen de forma literal “se puede ir a su casa y todo solucionado”. A esta altura, ya puedo decir bajo los efectos del medicamento que perdí el hermoso tiempo de este día.

El trayecto de regreso a mi casa se hace más tortuoso, porque siendo más de las 5pm el recorrido no dura una hora sino pueden llegar a ser tres. A este punto el estado de meditación sereno se desvanece y aparece la impotencia y la ira. Comienzo a pensar que mi vida día a día se vuelve muy aburrida, que el luchar contra un dolor que no ha podido ser “identificado” es una estupidez, que la preocupación de mis papás crece cada día y que lo único que quisiera es perderme entre el océano y olvidar esta vida cotidiana que pareciera no cambiar.

Luego de semejante actividad tan aburrida que no provoca el más mínimo deseo de reír, regresó a mi casa pasadas las ocho de la noche cansada, mareada, con el mismo dolor, la misma debilidad para caminar, triste y decepcionada. Subo las escaleras con mucha dificultad y busco a esa amiga que me cobija para llevarme a un mundo de sueños donde por unas horas puedo perderme del dolor físico.

Miki

Miki

Al estar acostada, pensativa y dispuesta a quedarme dormida, siento una pequeña manito muy muy peluda sobre mi mano, con sus garritas intenta llamar mi atención… se oye un miauuuu! Muy cerca y suave… Puedo divisar que unos ojos verdes muy grandes y una sombra oscura se posa frente a mi cara… en ese preciso momento, luego de cuestionar todos los fracasos y dolores del día, recuerdo que cada noche mi querido amigo peludo Harpra, me da su pata, me mira fijamente por algunos segundos y se acuesta al lado mío para sentir mi calor.  En ese preciso instante en mi rostro se refleja la primera sonrisa del día.

Por un corto lapso, mientras siento el calor de Harpra puedo dejar de pensar en los dolores físicos y la impotencia de no tener una respuesta médica. Mientras sigo bajo el efecto del analgésico opioide, llegan a mi memoria algunas escenas ya pasadas donde puedo ver como mis amiguitos peludos han sido una parte muy importante para mantenerme animada en este proceso de dolor…

Linoone

Linoone

… Recuerdo ver a Pelillos el perro sentado, apoyado en sus patas traseras mirándome fijamente cuando despierto luego de una mala noche…, veo a Feliz con sus ojos tiernos y su alegría, dando saltos mientras con dificultad subo a la azotea de la casa a tomar el sol, uno de esos días donde me es imposible caminar más de tres metros…, veo a Tino el gato, jugando con una bola de papel junto a mí mientras yo me siento a descansar de un día largo de trabajo…, veo a Linoone la perrita, moviendo su cabeza, sus orejas y haciendo ruidos mientras le hablo y le pregunto cómo ha estado su día … y veo a Miki la gata,  que a pesar de haber sido mutilada por una persona de mal corazón, es el ser más alegre, más juguetón y más entregado a cumplir su sueño de poder saltar a una ventana. Al final, el mayor recuerdo que tengo es que cada uno de ellos llegó a mi vida en un estado de salud deplorable y que gracias a la ayuda de mi familia y la mía, han salido adelante sin importar las circunstancias.

Feliz

Feliz

Después de recordar y recordar, logro comprender que mi vida no es del todo aburrida, que mis amigos peludos han sido la mejor medicina y terapia para combatir este dolor, y que desde niña he encontrado la tranquilidad cuando puedo salvar del peligro o de la enfermedad a un animal que ha estado sufriendo.

Al final del día, ya pasada la media noche, logro conciliar el sueño con un mejor semblante y con la esperanza de que así como un día mis queridos amigos superaron sus daños físicos, yo llegaré a encontrar la puerta de salida a este dolor mortificante.

Al día siguiente, me levanto de mi cama, con algo de dolor, salgo de mi cuarto y busco a Harpra, Miki, Tino, Pelillos, Feliz y Linoone para saludarlos, acariciarlos, jugar con ellos un rato y  agradeciéndoles por crear dentro de mí una semilla para luchar.

harpra y miki

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